

En estos días, desde el asesinato de nuestra compañera Belén en un piso tutelado de Badajoz, en los medios y en la sociedad civil se está hablando mucho de «tercer sector» para referirse a la labor social que hacemos, pero ¿de qué hablamos cuando hablamos del tercer sector?
Cuando hablamos del tercer sector, nos referimos a un conjunto de organizaciones que trabajan con un claro compromiso social y sin ánimo de lucro. Es un sector clave en la intervención social, pero también en la defensa de derechos y en la construcción de alternativas al modelo económico y político dominante.
El término «tercer sector» surgió para posicionarnos dentro de la economía y la sociedad como un actor estructural, al mismo nivel que el Estado (primer sector) y el mercado (segundo sector). Esto permitió visibilizar la labor de asociaciones, fundaciones y cooperativas sociales, entre otras entidades, que durante décadas han sostenido redes de apoyo y han garantizado derechos que ni el Estado ni el mercado han cubierto.
Sin embargo, esta clasificación también ha traído consigo una relación de dependencia. Al quedar definido como un tercer pilar, el sector social ha sido relegado muchas veces a un papel asistencialista, más preocupado por mitigar las consecuencias de las desigualdades que por abordar sus causas estructurales. Gran parte de su financiación depende de subvenciones públicas o de fondos privados, lo que condiciona su capacidad de acción y su margen de crítica hacia los otros dos sectores.
El trabajo social está profundamente vinculado al tercer sector, pero debe mantener una mirada crítica. No se trata solo de gestionar la caridad ni de ser una extensión de los servicios públicos debilitados por la falta de inversión. Es fundamental reivindicar el papel transformador del tercer sector, no como un complemento, sino como un espacio desde el que exigir derechos, construir comunidad y cuestionar los modelos que perpetúan la desigualdad.
En un contexto en el que el Estado reduce su inversión en políticas sociales y el mercado convierte las necesidades básicas en negocios, el tercer sector no puede limitarse a tapar agujeros. Debe ser un motor de cambio, capaz de generar respuestas colectivas y de defender un modelo de sociedad más justo.