

Aunque cada vez se habla más de salud mental, lo cierto es que el modelo que sigue dominando en la práctica sigue siendo el biomédico: diagnósticos clínicos, farmacología y seguimiento médico. Pero ¿qué hay de las causas sociales, emocionales y relacionales que influyen en ese malestar? ¿Quién las está abordando?
La reducción biomédica de los problemas de salud mental invisibiliza factores determinantes como las dinámicas familiares, las situaciones de exclusión social, la falta de redes de apoyo o las dificultades para establecer vínculos y gestionar conflictos. Todos ellos son elementos que requieren intervención psicosocial, no solo tratamiento médico.
Un ejemplo muy claro se da con los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), como la anorexia o la bulimia. Aunque se abordan mayoritariamente desde el enfoque clínico, muchas de las personas que los padecen lo hacen como expresión de malestares más profundos, relacionados con experiencias de violencia, presión estética, aislamiento, baja autoestima o sufrimiento emocional no verbalizado.
El trabajo social tiene herramientas para detectar, acompañar y trabajar esas causas, pero su presencia en los recursos de salud mental sigue siendo mínima. En el caso de un recurso granadino con tres grupos ocupacionales de personas con TCA, solo hay una persona trabajadora social… y únicamente dos días a la semana. Una intervención que, por lógica, no puede abarcar todas las necesidades.
Desde el Colegio Oficial de Trabajo Social de Granada seguimos señalando esta ausencia estructural. Hablar de salud mental sin hablar de condiciones de vida, de vínculos, de afectos y de intervención social es seguir dejando fuera a quienes más apoyo necesitan.